Los jesuitas se espantaron con el hecho de que los indígenas comían serpientes, lagartos y sapos. El cura José de Anchieta en 1560 escribió: “No ahorran ni sapos, lagartos y ratas, comen todo”.
La manera típica de hacerlos era apretándolos entre los dedos para que lancen las tripas para fuera, eran envueltos en hojas y los dejaban asar en las cenizas calientes de la fogata, un manjar muy apreciado, por los nativos y mestizos.
Los indígenas también comían el famoso sapo-cururu, después de sacarle las vísceras venenosas. “Estas mismas vísceras son utilizadas por el nativo cuando desean matar a alguien” contaba Soares de Sousa.
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